Autora: Esther Álvarez García. 
Tercer premio del Concurso de Relato Corto de Peñagrande 2020 – Categoría Adultos. 

Mi madre me afirmó que para escapar la única opción era ir a una gran ciudad. Yo insistí que lo último que quería era estar rodeada de gente, pero ella me tomó de la mano con firmeza y, obstinada, me ordenó que buscara un mapa y eligiera la primera ciudad en la que aterrizaran mis ojos.

Aún sin entenderla metí mi vida en mis maletas, me despedí llorosa y me adentré en el barullo urbano. Era lo que había imaginado: la música bailoteaba por los balcones, cientos de palabras en diferentes lenguas se peleaban entre bocas y un mar de pies me arrastraban cual marea. Sofocada, confundida y dolida me senté en el primer lugar libre que encontré con mi maleta de ancla.

Cerré los ojos, pero aquella melodía tortuosa aún danzaba de oído a oído. No sé cuánto tiempo estuve así, pero nadie se acercó, nadie me preguntó qué pasaba, y el reloj sumaba minutos sin compasión.

Fue entonces cuando comprendí a mi madre. En Madrid no estaba sola, pero era totalmente anónima. Exhalé y sonreí.

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